Tomé un pedazo de cielo
en una mañana de nombre impronunciable
y con una caída de ojos lánguidos.
Los días no deberían tener
nombre propio nunca,
así no hay quien los
olvide.
Nada me hizo tanto daño
como aquel pedazo de cielo……
aún no sé por qué lo guardo.
Atesoramos segundos de agonía
porque nos reconfortan tanto como nos duele.
Los pedazos de tiempo que nos dejaron huella
se quedan grabados como la imagen
de un corazón en la corteza de un árbol
o como el primer garabato de nuestro hijo.
Las mañanas de ojos lánguidos
son como llantos
continuos de plañideras sin consuelo.
Y la vida se me
volvió pedazos acumulados
a lo lardo de 51
caminos y muchas mañanas de sol marchito.
(a la muerte de mi padre, a lo que se me quedó en el camino, y a lo que
nunca volverá)
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