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¿Que es Entre Palabras?

Este es un espacio donde poner en orden todas las palabras que se agolpan en mi cabeza, en forma de poemas, pensamientos, reflexiones... todo lo que aquí está escrito es de mi autoría, y si algo no lo es nombro al autor.

- Haijin de poesía Japones y Senpai conseguido en la escuela de poesía japonesa "Sociedad secreta del Haijin" con Logan // Sensei de poesía japonesa en el Taller "Haru no Mizu" en Poémame.com

- Responsable del departamento de Rima Jotabé Oriental

- Editora y coordinadora de comunidad en poémame

Amante de la palabra en todas sus formas.
Soy Hortensia Márquez Chapa. ¡Bienvenido/a!

sábado, 9 de marzo de 2019

De vuelta al pueblo

(Relato finalista, junto a  otros 4 , del I Concurso de Relatos Breves Poémame y BarcelonActua)

En una mano una taza de café, la otra apoyada en el pecho. Miraba por la ventana de aquella vieja y desvencijada casa, pensando en por qué la vida la había dado tan pocos momentos de descanso.

No se quejaba demasiado de aquella época, era la mejor que había vivido. Pero echar la vista atrás dolía demasiado. ¡Dolía tanto!
María había nacido en el seno de una familia humilde, hacía ya 68 años, en aquella misma casa del pueblo paterno. La pequeña de tres hermanos y la más rebelde (como decía su madre). Sus padres agricultores y buenas personas, no pudieron estudiar, la vida no les concedió ese regalo. De sus hermanos ya solo quedaba el recuerdo. Su hermano Pedro murió por una sobredosis hacía ya demasiado tiempo y su hermana se casó con un australiano, solo supo de ella durante algunos años, después nunca más tuvo noticias.

Cuando era joven quería escapar del pueblo a toda costa y no eligió la mejor compañía para este viaje. Un verano conoció a Juan y ya nada volvió a ser lo mismo. Su vida fue una sucesión de palizas y sinsabores. Durante años ocultó la realidad a sus padres por no hacerles sufrir. Trabajaba limpiando portales y casas, lo poco que ganaba, él se lo gastara en borracheras y amigos. A consecuencia de las palizas tuvo dos abortos pero con el tercer embarazo todo fue distinto. Cogió una maleta y se fue. Refugio para mujeres maltratadas, lo llamaban.
Estando allí, la vida le dio una de cal y otra de arena. Su marido murió en un accidente de coche, conducía borracho, como siempre. Y días después su padre, de un ataque al corazón.
Se la abrió una puerta de par en par a la que se aferró con todas sus fuerzas. Volvió a casa con su madre. Entre la pequeña pensión, lo poco que sembraran en la huerta y limpiar alguna casa les daría para vivir las tres (eso fue lo que su madre dijo).

Su niña nació sana y fuerte, era lo mejor que la había pasado en muchos años.

Durante algunos años vivieron las tres en aquella pequeña casa, sin tener de sobra pero sin faltar lo más básico. Lo bueno que tienen los pueblos es que todos se conocen y siempre recibían alguna ayuda.
La tienda de comestibles de la plaza, les guardaba algo cuando estaba próximo a caducar o la lechuga que ya no estaba tan fresca. Alguna que otra lata y el pan del día anterior.
Cuando había que limpiar alguna casona porque iban a venir los dueños de veraneo, siempre llamaban a María para ir a limpiar. Limpiaba la consulta del veterinario. Limpiaba, eso era lo que mejor sabía hacer, sin estudios es difícil conseguir otro trabajo.
Los días transcurrían y su nena (Ana) se iba haciendo mayor. Empezó a ver en ella las mismas inquietudes que ya tuvo ella años atrás. El pueblo la asfixiaba. Y por más que quiso quitarle la idea de la cabeza, estaba decida a irse de casa. Quería estudiar, decía su hija. María había perdido a su madre recientemente y perder a Ana le aterraba.
El pánico a que su historia se repitiera con su hija la llevo a tomar una decisión. Vendería lo que fuera y pediría si hacía falta para que su hija sí tuviera estudios y una vida mejor.

Habló con el alcalde del pueblo, Miguel, antiguo noviete de juventud, y le pidió ayuda. No tenía dinero para pagar a su hija un piso donde vivir mientras estudiaba, ni pagar los estudios.
Miguel le proporcionó una habitación en casa de unos parientes, allí podría dormir y comer a cambio de ayudar con la limpieza de la casa. Además Ana trabajaría los fines de semana en un centro comercial para sacarse algún dinero extra.
María trabajó de sol a sol. Limpiaba donde hacía falta, incluso en el pueblo vecino, vendía a la tienda de la plaza lo que podía de sus pequeñas cosechas. Aprendió a hacer gorros de paja, típicos de la zona y los vendía a los turistas…..todo con tal de que su hija pudiera estudiar.

Ana consiguió sacar su carrera de veterinaria. Pero encontrar trabajó en las grandes urbes no es tarea fácil. De nuevo el pueblo volvía a ser la mejor salida.
No fueron pocas las dificultades hasta poder abrir consulta, era mujer, joven y la desconfianza de los ganaderos la hicieron tambalear en más de una ocasión. Pidió trabajo al viejo veterinario, donde su madre seguía limpiando. Le ayudo en las tareas más difíciles. Iba de granja en granja asistiendo a partos o a lo que hiciera falta.

El viejo veterinario se jubiló y le ofreció su consulta por un precio módico. Todo empezaba a cambiar para mejor.

Ahora, María miraba por la ventana, con un café en una mano y la otra en el pecho. Su nieta jugaba entre los garbanzos y las patatas sembradas. Su yerno era una buena persona. Inmigrante, llegó a este país con los bolsillos repletos de ilusiones y el corazón encogido por el miedo. Ana y él se conocieron cuando ella estudiaba. Todas las mañanas le veía en el mercado descargando fruta.
Un saludo, una pregunta buscada para crear un primer contacto. Conectaron pronto y bien.
Ahora juntos en el pueblo con su madre, ella con su consulta veterinaria, él se quedó al cargo de la tienda de la plaza, eran felices y tenían una niña.
Su hija al fin si tenía una vida mejor y ella estaba formando parte de aquel comienzo tan esperanzador.

Cuando una puerta se cierra, siempre hay alguna ventana que se abre.




Hortensia Márquez

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