Y los
monolitos de piedra,
seguían siendo
adorados,
como dioses
que guardan
el destino
del ser humano.
Y la vida seguía
siendo
un duro
camino para unos,
un duro
camino con rosas,
para otros.
Y los niños seguían
jugando
en el patio
del colegio,
ajenos al
devenir de la vida,
al ajetreo
feroz de los poderosos.
Y los amantes
seguían amando,
y deshojando
flores
y cielos
estrellados,
y celebrando
besos y caricias.
Y la vida seguía
igual,
porque el ser
humano
es el mismo,
y mismos
sus deseos e
instintos.
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