Sentada en un
sillón,
de esta sala
tranquila,
solitaria y
solo mía.
Acomodo mi
cabeza
en el
respaldo y miro.
Miro y no
veo.
Solo escucho;
el grito agudo
del silencio,
la voz
callada de mi luz,
el aullido
feroz de la brisa,
el susurro de
miles de voces.
Y escucho la
mañana que canta,
la tarde que
ríe a carcajadas
y la noche
que gime.
Y escucho tu
voz en mi nuca,
mi aliento en
el espacio que habitas.
Escucho la
brisa que sisea,
por entre los
huecos pequeños,
que hay en el
limbo donde,
de vez en
cuando,
me depósito y
me quedo.
Y despierto,
de este
letargo buscado.
Descubriendo
de nuevo que
la luz que
tengo me calienta.
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