Sobrevuelo
los cimientos
de muchos
atardeceres
plagados de
caricias y susurros.
De
complicidad de manos y ojos.
Vuelo torpe
de muñeca rota,
que algunas
veces
sobrevive en
los rescoldos
de momentos
otrora vividos.
Cuando bajo y
poso pies,
me desarmo.
Me acomodo
a otra mirada
y otro susurro
que me
calienta el aliento
y reconforta este
corazón
de tarde de
domingo y noche de reposo.
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