La cosa iba bien hasta
el día que me habló uno de los leones.
Un ser desprovisto de
sonrisa y con cara de pocos amigos, me
miró y me dijo que el nuevo mundo ahora era de las bestias. Que los “antiguos”
(los hibernados de más de 50 años) no teníamos cabida en esta sociedad.
Acababa de salir de una
hibernación de más de 140 años. Me despertaron en la sala de acondicionamiento.
Allí permanecí una semana. Me dieron las instrucciones para mi nueva vida. Mi
puesto en la ONU continuaba siendo casi el mismo. Todo parecía perfecto hasta
que salí a la calle.
Lo primero con lo que
me topé, fue con una manada de “leones”.
Antes de hibernar, los
avances en manipulación genética habían dado un salto de gigante, y ya entonces
se hablaba de poder dotar a determinados animales de cualidades humanas.
Pero encontrarme con
aquel grupo, híbrido entre león y humano, era más de lo que yo esperaba.
En el año 2150, la raza
humana estaba pasando por un mal momento. El calentamiento global trajo consigo
enfermedades nuevas y hambrunas, que hicieron que el número de seres humanos
descendiera de manera drástica. Y lo que se esperaba para años venideros no era
muy halagüeño.
Los híbridos se estaban
agrupando, dando origen a clanes y haciéndose cada día más fuertes.
Las grandes ciudades
eran ahora como colmenas, con edificios altos y apartamentos minúsculos. Las
familias no existían como tal, ya que los nacimientos eran controlados por los
gobiernos de cada país en los centros de genética. El control de natalidad comenzó cuando los híbridos empezaron a
procrear de manera masiva.
Aquel mundo se me
antojaba demasiado complejo. Era el principio de una nueva vida, y era lo que
me tocaba vivir.
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Relato con el que participé en el I Concurso de #Microrrelatos de la Asociación La Sombra Del Ciprés (Ávila)
La frase inicial era obligatoria: La cosa iba bien hasta el día que me habló uno de los leones.
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