Y de pronto no supe por qué
la piel se me hizo corcho.
Absorbiendo las nubes
de miedo
y empapándome de ella.
Las arrugas de papeles muertos
se pliegan en olor de vacío
y de mugre ensangrentada,
por odios viscerales ancestrales
y agónicamente absurdos.
Sospecho que este desasosiego,
es un lapsus de tiempo-pesadilla,
que se divierte a mi costa
y a mi cordura.
Los espasmos de las sombras
que habitan en los rincones
de esta mediocre estancia,
dibujan figuras fantasmales
que se proyectan
sobre la comisura de mis labios
y el rabillo de mis ojos.
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