Los pegotes del suelo
tienen callo de tiempo.
Acomodados ya, a un espacio
que les resulta propio,
se dejan pisar sin oponerse.
El espejo tiene el cristal ajado,
deja ver una imagen difusa y deforme
de la realidad proyectada sobre él.
Y los rincones acumulan
pelusas de minutos y
polvo de tiempo triturado.
Lo cotidiano se viste
una vez más de gala.
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