Desbrozo el camino
que tiene que servirme
de senda para llegar
hasta ese rincón que llamo
hogar del corazón.
El hastío tiñe de negro
y la maraña ya llega
al respaldo de las sillas.
El corazón bruñido,
brilla al sol que no calienta,
el metal que lo cubre es frío y yermo.
Oigo tañer las campanas,
pero no tocan por mí,
lo hacen por los días que murieron
sin haber sido vividos.
Una silueta, en el umbral de la puerta,
pide paso, la luz no me permite ver su rostro.
Condenada a no ver nunca más lo que viene,
condenada a ver en negro.
pero sólo percibo superficie lisa y fría.
En oscuro, la vida se me viene en oscuro.
Llegará la luz, seguro...
ResponderEliminarUn abrazo.